A las12:30 de la manana del Viernes 7 de Febrero del 2025, rodeado por sus hijos, hijas, nietos y su querida esposa (su tesoro); nuestro padre, el Señor José Máximo Pineda Vázquez dio sus últimos suspiros y se fue a los brazos de nuestro Creador. Profunda tristeza pero aún más grande la alegría, orgullo y agradecimiento a Dios por habernos dado el gran honor e inmensa bendición de haber tenido un gran padre como Don José Máximo Pineda Vázquez, “Don José, Don Max, Don Pepe,” como le decían sus familiares y amigos cercanos.
Don José nació un 11 de Mayo del 1928 en San Jose De Cervantes, municipio de Guadalcazar, San Luis Potosí, lugar especial donde dio inicio la Revolución Mexicana bajo el Plan De San Luis de 1910. Sus padres, Doña Carlota Vázquez de Pineda y Ricardo Pineda, vivieron los tiempos de la Revolución y en sus hijos inculcaron ese interés de trabajar sus tierras y de luchar por la justicia. Don Max nació con ese espíritu de lucha, libertad y esas ganas de triunfar. Junto a sus padres y hermanos, el aprendió la vida del campo; plantar maíz y vegetales y criar animales para sobrevivir.
Después de la época de la Revolución, también pego duro en México la época de la depresión. La mala economía de 1930 en Estados Unidos y en México hizo casi imposible que familias como la de nuestro padre pudieran salir adelante. “Tiempos Duros,” decía papa, y esos tiempos duros de pobreza que golpearon el pueblito de San José, fueron la razón principal por la cual Máximo, nuestro viejo, tuvo que salir del rancho en búsqueda de trabajo para ganar dinero y poder ayudar a sus padres.
Ya en el centro de San Luis, joven Máximo fue detectado por militares de rango que vieron con admiración su estatura y físico, pensando convertirle en un buen soldado. Además de esas características, José Máximo era humilde, respetuoso, alegre y trabajador. Al saber que podía recibir un salario, y que podía aprender muchas cosas como a leer y escribir, se interesó y pronto se unió al Ejercito de la Defensa Nacional Mexicana. Al pasar el tiempo se convirtió en cabo de infantería y sirvió en las fuerzas militares por 14 años y 4 meses.
Como soldado militar, Don Max recorrió diferentes estados de la Republica y vivió en las Islas Marias por un par de años. Como líder de su pelotón logro participar en varias misiones en las montañas y sierras de Sinaloa donde combatían el cultivo de marihuana y amapola y destruían la producción y tráfico de drogas. Fue ahí en Los Mochis Sinaloa durante una de esas misiones que Don Max encontró a la mujer de su vida, su tesoro, Simona Beltrán-Villa a quien escogió como esposa y compañera de vida desde el ano 1963. Ellos tuvieron 7 hijos: Jesús, María G., Silvia, Fernando, Juan Ezequiel, Luis, y José Pineda Jr. México Distrito Federal, San Luis, Sinaloa, Reynosa Tamaulipas y McAllen, Texas son los diferentes lugares donde nacieron sus hijos.
Durante sus años como militar, José y Simona viajaban de estado a estado dependiendo en la misión que se le asignaba. Durante los 60’s vivieron en San Luis Potosí. En los 70’s y 80’s nuestros padres vivieron en Reynosa Tamaulipas, frontera Norte con Estados Unidos. En 1990, la familia completa emigro a Estados Unidos, eligiendo a Sunnyside, Washington como el mejor lugar para vivir, luchar y trabajar duro para cumplir sus sueños y los de sus hijos.
Jose Maximo Pineda será siempre querido y recordado por su esposa, hijos, hijas, nietos y amigos, quienes siempre vieron su alegría, sintieron su profundo amor y gozaron de su gran personalidad y sentido del humor. Tantos fueron los ejemplos de honor, integridad, amor a su familia, a Dios y a cualquier prójimo con necesidad. Asi era el viejo. Asi era nuestro Padre que dio todo por su familia y busco simpre de Dios.
Su gran amor cobijaba a cada uno de sus hijos y nietos. Todos recibieron de el y sus nietos lo recordaran aun mas por lo jugueton que era con ellos. Por los sobrenombres que les daba como Lupercio, Barrabas, Juan Sin Miedo, Pancracio, pan tostado etc. Tambien recordaran sus historias de animales, sus chistes y las camionetitas que muchas veces se merecían. “Bueno Pos Que”, decía el abuelo.
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